jueves, 27 de junio de 2013

Haciendo el duelo?

Al principio, tu cabeza, como siempre, se las apaña para afrontar el dolor desgarrador que supone, no solo perder para siempre a tu compañero, a la persona con la que has compartido los momentos más duros e intensos de toda tu vida y al padre de tu hija, sino también para soportar la rabia y la impotencia de ver morir a una persona de 34 años, con unas ganas de vivir inmensas que tropiezan con una enfermedad que, contra su voluntad, le va devorando toda su persona. En esos momentos fue cuando empecé a llorar todo lo que no había llorado durante los casi 4 años que duró su enfermedad. Estábamos en casa de mis padres, él y yo creamos nuestro propio mundo en el que solo cabía Nora, y muy de vez en cuando. Nacho se iba apagando, y mi sufrimiento cada vez era mayor. Yo intentaba aparentar normalidad, e incluso hacer planes de futuro sabiendo que no le quedaban más de una o dos semanas de vida. Nacho dormía mucho, y profundamente. Mientras, y sobre todo en las siestas, yo lloraba. Era tan duro tenerle a mi lado consumiéndose, que abrazarle era lo más doloroso que me ha pasado en toda mi vida. Pero el dolor tiene un limite. Cuando llegamos al hospital y le ingresaron en una de las habitaciones de la Unidad de Trasplantes Hematopoyéticos, mi cabeza dio un giro, y me metí en una especie de locura, delirio...transitorio, que ahora me he dado cuenta de que duró hasta hace casi 3 meses más. Pasaron cosas hermosas en ese ingreso, palabras que Nacho me dijo, y que he compartido incluso con algunxs amigxs, de los cuales ninguno de ellxs ha podido no emocionarse al contárselo. Pero yo ya tenía ganas de que Nacho se muriese, y la culpabilidad por ello era horrible. Finalmente, dejó de respirar en mis brazos el 15 de diciembre, a eso de las 5...6 de la tarde. En ese momento, después de llorar con sus últimos respiros y pedirle que dejara de respirar ya, que descansara, y que esta pesadilla debía acabar para los dos, lo único que quería era saltar y aplaudir de alegría. La pesadilla  ya había terminado. Salí de la habitación, dentro de mi locura transitoria en la que no sabía ni como estaba, ni quien era, ni casi que había pasado. La verdad que creo que en ese momento estaba muerta en vida, y así quería seguir un tiempo. Cuando vi el ambiente de tristeza que envolvía a la gente que me esperaba fuera de la habitación, irracionalmente me aislé de ese mundo, y me meti en mi propia esfera, pues tenía miedo de querer abrir la ventana del pasillo, tirarme por la ventana y que Nacho estuviese esperándome con un abrazo. Y sabía que si entraba en esa rueda de penas, llantos y dolor podría intentarlo, y aunque sin suerte, el drama para mis padres por ver a una hija así sería mucho mayor. Varias personas que allí se encontraban en ese momento no supieron respetar ese momento de intimidad entre la partida de Nacho y yo, y aún hoy en día algunos me lo han echado en cara, algo que no les tengo en cuenta, ya que se que llegará el desgraciado día de sus vidas en el que comprendan perfectamente porqué yo me aisle en mi micromundo esa tarde.
Seguí una buena temporada, meses, metida en ese estado transitorio en el que sientes un batiburrillo de alivios, penas, euforia, alegria, tristeza, ganas inmensas de vivir...que, de no ser por Nora, sería la situación perfecta para perderme para siempre. También ha sido gracias a mis amigxs y mi familia que me recordaban, sin decírmelo, quien era y quien había sido.
Casi 4 años de enfermedad, ingresos, aislamientos, la llegada de Nora, la muerte de Nacho...Es como si hubiese estado todo ese tiempo en una nave espacial, o en otro mundo, el cual solo conocen todxs lxs enfermxs y sus acompañantes. Cuando sales de la nave, y al tiempo despiertas y te das cuenta que estás en la vida real, es cuando te invade una tristeza profunda que roza la mayoría del tiempo la depresión, y no sabes muy bien porqué. Todo sigue igual, o parecido, a como lo habías dejado, o tal y como recuerdas haberlo vivido desde la nave. Pero yo ya no soy la misma. Ya no tengo 25 años, tengo 30. Soy madre de una niña de 3 años, y la pesadilla que viví durante los últimos años por fin ha acabado. Ahora no sé como encajarme o reengancharme a la vida que me espera. Y voy a trompicones. Me dicen que poco a poco, otros me exigen que lo haga de un día para otro. Y yo todavía tengo muchos días en los que no se ya casi ni quien soy, ni que parte de mi se ha ido con Nacho para siempre.



martes, 11 de junio de 2013

Te digo adiós

Gracias Paola...

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,

mi más hermoso sueño muere dentro de mí...
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

José Ángel Buesa